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Le preguntaron a Alejandro Jodorowsky que hacer para liberarse de la personalidad artificial creada por la familia, la sociedad y la cultura, para adquirir la autenticidad. Esta historia china muy antigua puede ser útil:
Un rey, paseando por un mercado, observó con gran interés una carnicería donde se exponían diferentes trozos de carne. Todo estaba tan bien arreglado y los pedazos cortados con tal perfección que el monarca exclamó: “¡Esta carne, a pesar de ser restos de un cadáver, está tan bien cortada que me parece bella! ¡El carnicero que así la expone debe ser un artista!”
El rey habló con él y le preguntó cómo hacía para cortar tan hermosas porciones. El carnicero, un anciano, respondió: “¡Oh, gran señor: un carnicero común, afila su cuchillo una vez por semana. Un buen carnicero lo afila cada seis meses. Un gran carnicero lo afila cada dos años. Mire mi cuchillo: sólo lo afilé la primera vez y después, en toda mi vida nunca más volví a afilarlo. No se ha gastado porque no ejerzo con él presión sobre la carne: lo deposito suavemente sobre ella y dejo que su filo vaya encontrando los vacíos que hay en la materia. Entonces, la carne se separa sin ser cortada.”
La sabiduría del carnicero se podría resumir en dos palabras: “No forzar”. LaoTsé dijo: “En su vacío reside la utilidad del vaso. Una casa está compuesta de paredes que rodean un espacio intangible. ¡Hay que ser como el agua que toma la forma de la vasija que la contiene!”… Nuestra sociedad al exaltar la juventud y despreciar la vejez, al tener la mente llena de ideas locas e ilusiones. El individuo trata por todos los medios de “ser”, de crearse una “personalidad”. Y en esa búsqueda de una apariencia artificial, se pierde a sí mismo.
Las flores se abren cuando es tiempo de nacer y se marchitan cuando es tiempo de morir. Si tratáramos de liberarnos de los detalles inútiles que nos invaden, si borráramos la personalidad exterior impuesta por una sistema económico equivocado, tal vez encontraríamos nuestra naturaleza original. Seríamos como un pozo al que se le limpia y destapa para que otra vez vuelva a brotar en él un agua cristalina.
Un rey, paseando por un mercado, observó con gran interés una carnicería donde se exponían diferentes trozos de carne. Todo estaba tan bien arreglado y los pedazos cortados con tal perfección que el monarca exclamó: “¡Esta carne, a pesar de ser restos de un cadáver, está tan bien cortada que me parece bella! ¡El carnicero que así la expone debe ser un artista!”
El rey habló con él y le preguntó cómo hacía para cortar tan hermosas porciones. El carnicero, un anciano, respondió: “¡Oh, gran señor: un carnicero común, afila su cuchillo una vez por semana. Un buen carnicero lo afila cada seis meses. Un gran carnicero lo afila cada dos años. Mire mi cuchillo: sólo lo afilé la primera vez y después, en toda mi vida nunca más volví a afilarlo. No se ha gastado porque no ejerzo con él presión sobre la carne: lo deposito suavemente sobre ella y dejo que su filo vaya encontrando los vacíos que hay en la materia. Entonces, la carne se separa sin ser cortada.”
La sabiduría del carnicero se podría resumir en dos palabras: “No forzar”. LaoTsé dijo: “En su vacío reside la utilidad del vaso. Una casa está compuesta de paredes que rodean un espacio intangible. ¡Hay que ser como el agua que toma la forma de la vasija que la contiene!”… Nuestra sociedad al exaltar la juventud y despreciar la vejez, al tener la mente llena de ideas locas e ilusiones. El individuo trata por todos los medios de “ser”, de crearse una “personalidad”. Y en esa búsqueda de una apariencia artificial, se pierde a sí mismo.
Las flores se abren cuando es tiempo de nacer y se marchitan cuando es tiempo de morir. Si tratáramos de liberarnos de los detalles inútiles que nos invaden, si borráramos la personalidad exterior impuesta por una sistema económico equivocado, tal vez encontraríamos nuestra naturaleza original. Seríamos como un pozo al que se le limpia y destapa para que otra vez vuelva a brotar en él un agua cristalina.
Fuente: Plano sin fin