En los albores de la humanidad los seres humanos intentaban entender y estructurar lo que percibían del cosmos a través de la naturaleza y sentían la necesidad de comunicárselo a los demás de la manera más inteligible posible, de ahí surgieron las religiones, siempre intentando adaptarse a la zona geográfica y a la idiosincrasia de cada pueblo.
Con el paso del tiempo, mientras las religiones se desvirtuaban paulatinamente, algunos seres humanos “encendidos” mantenían viva la llama original, y periódicamente intervenían en el devenir de la vida cotidiana para enderezar aquellas sociedades; así se formaron las órdenes herméticas, que surgían como instituciones para preservar una parte del conocimiento que poseían sobre la tecnología y la sabiduría adquirida o heredada de civilizaciones anteriores y que no podían caer en manos equivocadas.
En su origen esas órdenes o escuelas estaban formadas por un reducido número de personas unidas por un objetivo común, se protegían, se apoyaban y se ayudaban unos a otros en lo material.
Mientras trataban de difundir las enseñanzas, tomaban parte activa de la realidad social de la época que les tocaba vivir y defendían cualquier movimiento a favor de los derechos y libertades de los seres humanos. Pues bien, a lo largo de la historia, muchos de estos hombres y mujeres vivieron intensamente comprometidos con las circunstancias de su entorno y trabajaban unidos formando pequeños grupos que actuaban muchas veces, en la sombra, perseguidos por las mismas instituciones que ostentaban el poder.
Así fue como, poco a poco, se fue formando la dicotomía entre religión y orden hermética; mientras la primera convivía y pactaba con el poder económico y político, la segunda permanecía oculta para salvaguardar la pureza del mensaje original que un día esparcieran los diferentes maestros como Krishna, Buda, Jesús, etc., de modo que durante su vida en la Tierra, estos enviados intentaban reconducir y aclarar las diferentes filosofías y creencias, dando pautas de comportamiento sencillas y claras, que eran recogidas por las religiones y al poco tiempo volvían a diluirse entre complicadas liturgias y ritos, desvirtuándose hasta el punto de llegar a ser irreconocibles.
La enseñanza se diseminaba por doquier, unos la convertían en religiones y otros en órdenes herméticas, y mientras unas daban más importancia a lo exotérico o externo, las otras se la daban a lo esotérico o interno.
Tras la caída del imperio romano, la información que hasta entonces había sido abierta, se hizo cerrada y restringida a unos pocos porque Roma, al perder su hegemonía por la invasión de los pueblos bárbaros, dio preponderancia a la religión controlada por sus dirigentes. Aquellas escuelas de misterios se hicieron entonces más inaccesibles y guardaron sus secretos hasta el día de hoy, esperando que algún día la humanidad despertara de su letargo y pudiese estar preparada para afrontar todas aquellas enseñanzas de la antigüedad.
Angel Luis Fernández.
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