Los nuevos videntes consideraban que había cuatro pasos en el camino del conocimiento. El primero es el paso que dan los seres humanos comunes y corrientes al convertirse en aprendices. Al momento que los aprendices cambian sus ideas acerca de sí mismos y acerca del mundo, dan el segundo paso y se convierten en guerreros, es decir, en seres capaces de la máxima disciplina y control de sí mismos. El tercer paso que dan los guerreros, después de adquirir refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno, es convertirse en hombres de conocimiento. Cuando los hombres de conocimiento aprenden a “ver”, han dado el cuarto paso y se han convertido en videntes. “Ver” es un sentido peculiar de saber, de saber algo sin la menor duda.
Ser vidente es la capacidad que tienen los seres humanos de ampliar su campo de percepción hasta el punto de poder aquilatar no solo las apariencias externas sino la esencia de todo. Los videntes ven al hombre como un campo de energía, algo parecido a una bola de luz o un huevo luminoso. Por lo general esos campos de energía están divididos en dos secciones, y la excepción son aquellos que tienen sus campos de energía divididos en tres o cuatro partes. Debido a ello, esas personas son más fuertes y adaptables que el hombre común y corriente y, por lo tanto, pueden convertirse en naguales al volverse videntes. Ser un nagual es llegar a un pináculo de disciplina y control. Significa ser un líder, un maestro y un guía.
Cualquier hombre que tiene una pizca de orgullo se despedaza cuando lo hacen sentir inútil y estúpido. La importancia personal es nuestro mayor enemigo. Aquello que nos debilita es sentirnos ofendidos por los hechos y malhechos de nuestros semejantes. Sin importancia personal somos invulnerables. La importancia personal no es algo sencillo ni ingenuo. Por una parte, es el núcleo de todo lo que tiene valor en nosotros, y por otra, el núcleo de toda nuestra podredumbre. Deshacerse de la importancia personal requiere una obra maestra de estrategia, ya que consume la mayor cantidad de energía.
La acción de recanalizar la energía es la impecabilidad y sus atributos son control, disciplina, refrenamiento, la habilidad de escoger el momento oportuno y el intento.
Los seres vivientes existen solamente para acrecentar la conciencia de ser. La conciencia de ser se desarrolla a partir del momento de la concepción. La primera verdad acerca del estar consciente de ser es que el mundo que nos rodea no es en realidad como pensamos que es. Pensamos que es un mundo de objetos y no lo es. Las conclusiones a las que llegamos mediante el razonamiento tienen muy poca o ninguna influencia para alterar el curso de nuestras vidas.
La fuerza indescriptible que es el origen de todos los seres conscientes la llamaron “el Águila”, porque al vislumbrarla brevemente, la vieron como algo que parecía un águila, negra y blanca, de tamaño infinito. Lo que en realidad nos rodea son las emanaciones del Águila, fluidas, siempre en movimiento y, sin embargo, inalterables, eternas. El Águila crea seres conscientes a fin de que vivan y enriquezcan la conciencia que les da con la vida. También es el Águila quien devora esa misma conciencia de ser, enriquecida por las experiencias de la vida, después de hacer que los seres conscientes se despojen de ella, en el momento de la muerte.
Para los antiguos videntes, no es un asunto de fe o de deducción decir que la razón de la existencia es enriquecer la conciencia de ser. Ellos vieron que era así. Ellos vieron que la conciencia de ser se separa de los seres conscientes y se aleja flotando en el momento de la muerte. Y luego flota como una luminosa mota de algodón justo hacia el pico del Águila, para ser consumida. Las emanaciones del Águila son una cosa en sí misma, inmutable, que abarca todo lo que existe, lo que se puede y lo que no se puede conocer. Son una presencia, casi una especie de masa, una presión que crea una sensación deslumbrante. Uno solo puede vislumbrarlas.
Solamente una pequeña porción de esas emanaciones queda al alcance del conocimiento humano. Lo conocido es esa minúscula fracción de las emanaciones del Águila; la pequeña parte que queda a un posible alcance del conocimiento humano es lo desconocido y, el resto, incalculable y sin nombre, es lo que no se puede conocer.
Para un vidente, los hombres son seres luminosos. Nuestra luminosidad se debe a que una minúscula porción de las emanaciones del Águila está encerrada dentro de una especie de capullo en forma de huevo. Esa porción, ese manojo de emanaciones que está encerrado es lo que nos hace hombres. Percibir consiste en emparejar las emanaciones encerradas en nuestro capullo con las que están afuera.
Las emanaciones son como filamentos de luz. Lo que es incomprensible para la conciencia normal es que los filamentos están conscientes de ser, vivos y vibrantes; hay tantos que los números pierden todo sentido, cada uno es una eternidad.
Las emanaciones de adentro y las emanaciones de afuera son los mismos filamentos de luz. Los seres conscientes son minúsculas burbujas hechas con esos filamentos, microscópicos puntos de luz unidos a las emanaciones infinitas. Son una fuente de energía ilimitada.
A medida que los seres humanos crecen, una banda de las emanaciones del interior de sus capullos se vuelve muy brillante; conforme los seres humanos acumulan experiencia, esa banda aumenta tan dramáticamente que se fusiona con las emanaciones del exterior. La conciencia de ser es la materia prima y la atención es el producto final. La atención es domar y enriquecer la conciencia de ser a través del proceso de vivir.
El afinar el espíritu cuando alguien te pisotea se llama control. Reunir toda información mientras te golpean se llama disciplina.
El logro supremo de los seres humanos es alcanzar ese nivel de atención y, al mismo tiempo, retener la fuerza de la vida, sin convertirse en una conciencia incorpórea que se mueve como un punto vacilante de luz hacia el pico del Águila para ser devorado. Si los guerreros quieren tener la suficiente fuerza para “ver”, tienen que volverse avaros con su energía sexual. La sensualidad del hombre no tiene nada malo. Lo que está mal es la ignorancia que obliga al hombre a pasar por alto su naturaleza mágica.
Los guerreros de la libertad total eligen el momento y la manera en que han de partir de este mundo. En ese momento, se consumen con un fuego interno y desaparecen de la faz de la tierra, libres, como si jamás hubieran existido.
Carlos Castaneda - El fuego interno