El hombre llama todavía «casualidad»
a todo aquello que no es capaz de comprender
coherentemente.
Hay un mundo en el Universo en el que sus hombres se dividen en dos grandes grupos: los que creen en el azar y aquellos que, al fin, descubrieron que «todo» en la vida tiene un «por qué».
Los primeros —que gustan de llamarse ateos, escépticos, agnósticos y «pasotas»— viven aún inquietos, temerosos de cuanto les rodea y hasta de sí mismos.
Los «creyentes» en la casualidad son aún una gran mayoría en este planeta.
Cada nuevo amanecer es un suplicio, una desesperanza, un hastío, una carga que sólo parece conducirles a la agresividad y al absurdo.
Los segundos —por los caminos más extraños— averiguaron un buen día que su presencia en esta vida obedecía a una poderosa razón: aprender. Aprenderlo todo y de todos...
Para éstos, nada es casual. Ni siquiera el nacimiento, y mucho menos, la muerte. Estos hombres disponen de un poder envidiable que nace de sí mismos: la confianza en una Suprema Fuerza y en sus «intermediarios ».
No son hombres felices, pero viven en paz.
Para los «creyentes» de la «causalidad», cada amanecer es un regalo, un desafío, un cheque en blanco, una nueva oportunidad de sentir y conocer.
Ambos grupos viven. La gran diferencia es que los segundos «saben por qué».”
Fragmento de: J. J. Benitez. “Sueños”.