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A veces, las mejores personas, las más bonitas, aparecen de improviso y sin que uno las busque. Llegan para plantar flores en el jardín de nuestros días tristes, están ahí para ser el eco de nuestras risas, el imán de nuestras complicidades, de nuestras aficiones y pasiones. Son ese faro que nunca se apaga, sin contradicciones, sin presiones ni dobles fondos.
Los neuropsicólogos nos recuerdan a menudo que nuestro cerebro está programado para llevar a cabo conductas pro-sociales. Acciones como el altruismo, la ayuda al prójimo o el acto de conferir apoyo son realidades que genéticamente consideramos como significativas e importantes porque garantizan, al fin y al cabo, la supervivencia de nuestra especie.
Sin embargo, y aquí llega sin duda la mayor disonancia o ironía de la humanidad, en ocasiones actuamos como auténticos depredadores de nuestros propios semejantes. No nos referimos únicamente a esas conductas más extremas que encabezan los titulares de las noticias del día a día, hablamos ante todo de esas acciones tan comunes que todos hemos vivido en alguna ocasión y de las que se desprende aquello tan clásico de “deseo que seas feliz, pero no más que yo”.
A veces el altruismo tiene intereses soterrados, lo sabemos bien. Otras veces las personas nos fallan, también lo sabemos. Quizá por que el tiempo nos cambia o porque poco a poco las máscaras caen y descubrimos que detrás de esa armadura que tanto nos fascinó al principio no hay más que un ser lleno de vacíos, de múltiples limitaciones y egoísmos insondables.
A pesar de todo, entre nuestra rica y compleja fauna social hay personas que no solo valen la pena: valen la alegría. Encontrarlas es un arte basado siempre en lo casual, pero encierra también algunas dimensiones que vale la pena abordar.
La mayoría de nosotros estamos en un continuo, ahí donde en ocasiones podemos actuar de forma más o menos acertada; donde se nos puede juzgar a la ligera como “malas personas” solo porque no actuamos como los demás quieren o esperan. No obstante, eso sí, existen una serie de factores o dimensiones clave que pueden definir a esos perfiles más nobles y que en última instancia sí representan ese ideal de bondad que todos tenemos en mente.
Ser bueno significa, por encima de todo, falta de egocentrismo. Significa una identificación con los semejanter, sentir compasión, actuar con desinterés y disponer de esa empatía que acoge, que confiere un apoyo sabio y una cercanía auténtica. A su vez, la buena persona es también aquella capaz de ver más allá de la superficie, más allá de la simple apariencia.
Por otro lado, y no menos importante, existe un factor que no podemos descuidar: esas personas mágicas llegarán a nuestras vidas solo si nosotros somos receptivos. Lo harán si somos capaces de verlas, de apreciar su influjo, su arte, su poder natural de conexión. Los expertos en conducta social nos revelan que las personas hemos llegado a un punto donde nos fijamos más en las malas cualidades que en las buenas.
Ese sesgo de negatividad viene propiciado en ocasiones por el propio malestar, por la propia frustración o incluso por el recuerdo de nuestras relaciones fallidas o desengaños. Nos volvemos desconfiados, y cuando la desconfianza flota en nuestra mirada y anida en el corazón, será muy difícil vislumbrar la luz cálida de esas presencias que de verdad, merecen la pena ser incluidas en nuestra vida.
A continuación, te damos unas claves sencillas que pueden ayudarte a hacer esa lectura:
Sea como sea, esas personas especiales que hacen nuestra vida más hermosa, interesante y especial, son regalos que todos merecemos y que, por encima de todo, estamos obligados a cuidar. Hagámoslo entonces, demos siempre la mejor versión de nosotros mismos a esos seres especiales que dan luz a nuestro día a día.
“A los grandes corazones ninguna ingratitud lo cierra, ningún desprecio lo cansa”
Los neuropsicólogos nos recuerdan a menudo que nuestro cerebro está programado para llevar a cabo conductas pro-sociales. Acciones como el altruismo, la ayuda al prójimo o el acto de conferir apoyo son realidades que genéticamente consideramos como significativas e importantes porque garantizan, al fin y al cabo, la supervivencia de nuestra especie.
Sin embargo, y aquí llega sin duda la mayor disonancia o ironía de la humanidad, en ocasiones actuamos como auténticos depredadores de nuestros propios semejantes. No nos referimos únicamente a esas conductas más extremas que encabezan los titulares de las noticias del día a día, hablamos ante todo de esas acciones tan comunes que todos hemos vivido en alguna ocasión y de las que se desprende aquello tan clásico de “deseo que seas feliz, pero no más que yo”.
A veces el altruismo tiene intereses soterrados, lo sabemos bien. Otras veces las personas nos fallan, también lo sabemos. Quizá por que el tiempo nos cambia o porque poco a poco las máscaras caen y descubrimos que detrás de esa armadura que tanto nos fascinó al principio no hay más que un ser lleno de vacíos, de múltiples limitaciones y egoísmos insondables.
A pesar de todo, entre nuestra rica y compleja fauna social hay personas que no solo valen la pena: valen la alegría. Encontrarlas es un arte basado siempre en lo casual, pero encierra también algunas dimensiones que vale la pena abordar.
Las buenas personas están ahí, solo hay que saber verlas.
¿Qué rasgos tienen esos hombres y esas mujeres capaces de mejorar nuestras vidas? ¿Cómo son, en esencia, las buenas personas? Bien, sabemos que es muy común usar en nuestro día a día la recurrida frase de “mi compañero de trabajo es mala persona” o “mi hermana es muy buena persona”. Este tipo de definiciones tan reduccionistas no siempre son adecuadas, porque la naturaleza humana es mucho más compleja que estos términos tan absolutos.La mayoría de nosotros estamos en un continuo, ahí donde en ocasiones podemos actuar de forma más o menos acertada; donde se nos puede juzgar a la ligera como “malas personas” solo porque no actuamos como los demás quieren o esperan. No obstante, eso sí, existen una serie de factores o dimensiones clave que pueden definir a esos perfiles más nobles y que en última instancia sí representan ese ideal de bondad que todos tenemos en mente.
Ser bueno significa, por encima de todo, falta de egocentrismo. Significa una identificación con los semejanter, sentir compasión, actuar con desinterés y disponer de esa empatía que acoge, que confiere un apoyo sabio y una cercanía auténtica. A su vez, la buena persona es también aquella capaz de ver más allá de la superficie, más allá de la simple apariencia.
Por otro lado, y no menos importante, existe un factor que no podemos descuidar: esas personas mágicas llegarán a nuestras vidas solo si nosotros somos receptivos. Lo harán si somos capaces de verlas, de apreciar su influjo, su arte, su poder natural de conexión. Los expertos en conducta social nos revelan que las personas hemos llegado a un punto donde nos fijamos más en las malas cualidades que en las buenas.
Ese sesgo de negatividad viene propiciado en ocasiones por el propio malestar, por la propia frustración o incluso por el recuerdo de nuestras relaciones fallidas o desengaños. Nos volvemos desconfiados, y cuando la desconfianza flota en nuestra mirada y anida en el corazón, será muy difícil vislumbrar la luz cálida de esas presencias que de verdad, merecen la pena ser incluidas en nuestra vida.
Técnicas para identificar a las personas que valen la pena (y la alegría)
Todos, en nuestro día a día, hacemos rápidas lecturas sobre las personas que nos envuelven. El doctor Rick Hanson, conocido neuropsicólogo e investigador empedernido sobre la “ciencia de la felicidad”, nos explica que para lograr conectar con mayor profundidad con nuestros semejantes y percibir así esa nobleza innata que muchos esconden en su interior, es necesario que nos detengamos, que bajemos el ritmo y que seamos capaces de leer las intenciones positivas y esa empatía auténtica que tienen las personas más especiales.A continuación, te damos unas claves sencillas que pueden ayudarte a hacer esa lectura:
- El lenguaje no verbal: la empatía se reconoce muchas veces por ese rostro y esos ojos que no solo miran, sino que observan, atienden y saben conectar haciéndonos sentir cómodos, seguros y valorados.
- El segundo aspecto es sin duda la propia intuición. Nuestra voz interior es quien debe guiarnos siempre en ese camino de descubrimientos. Es ella quien contiene la esencia de nuestra personalidad, la sabiduría de nuestras experiencias pasadas y ese sexto sentido que nos invita a conectar con ciertas personas evitando a otras. No dudes en escuchar esa voz interna.
- La energía emocional. Esta dimensión es tan curiosa como intensa, pero aún así, es necesario identificarla en nosotros y analizarla. Hay personas que nos generan un tipo determinado de carga emocional a través de su tono de voz, de su mirada, de sus sonrisas, del modo en que nos comunica…
Sea como sea, esas personas especiales que hacen nuestra vida más hermosa, interesante y especial, son regalos que todos merecemos y que, por encima de todo, estamos obligados a cuidar. Hagámoslo entonces, demos siempre la mejor versión de nosotros mismos a esos seres especiales que dan luz a nuestro día a día.
“A los grandes corazones ninguna ingratitud lo cierra, ningún desprecio lo cansa”
-Valeria Sabater-