harmonia.la
Desde niños nos han enseñado que dar las gracias es un signo de "educación", al grado de que la palabra ha perdido su significado para convertirse en una simple fórmula de cortesía, un vocablo demostrativo cuya única función es aclarar que nuestros padres hicieron un buen trabajo al civilizarnos. Hemos reemplazado las virtudes por los códigos, decimos "gracias" en lugar de ser agradecidos, decimos "por favor" en lugar de ser humildes.
Damos las gracias muchas veces cada día por salir del paso, por finalizar una conversación, incluso por sarcasmo, pero casi nunca por genuina gratitud, aunque la gratitud sea justamente eso: reconocer la gracia al nombrarla, es decir la dádiva, el regalo que se nos otorga.
Nuestra atención está mucho más enfocada en la carencia, en aquello que queremos y que nos falta, y por eso la vida nos parece tormentosa, una acumulación infinita de deseos insatisfechos. Apenas obtenemos algo comenzamos a necesitar otra cosa. También nos han educado para ello; "Ve por más" podría ser el eslogan de nuestra época. Querer lo que tienes está mal visto, es tachado de "conformismo" o de mediocridad, cuando en realidad es cierto que nos conformamos, pero a vivir codiciando sin descanso.
Ejercitar la gratitud se parece a ejercitar el asombro: permitir que un día aquello que nos rodea cobre un significado distinto, único. Tanto la gratitud como el asombro son el resultado de un actuar consciente en el ahora, permitir que el ahora cubra todas las carencias, que las desborde. La gratitud es, por lo tanto, una práctica espiritual y una forma de relacionarnos con el mundo que ha demostrado hacer a las personas más felices, pero no en el sentido edulcorado y eufórico al que nos quieren obligar los comerciales. La felicidad que emana de la gratitud es pacífica y discreta, no tenemos que perseguirla ni esforzarnos por conservarla porque se perpetúa cada vez que, de manera consciente, damos las gracias.
Contacto Interactivo
Dos monjes rezan continuamente, uno está preocupado, el otro sonríe. El primero le pregunta: «¿Cómo es posible que yo viva angustiado y tú feliz, si ambos rezamos el mismo número de horas?». El otro le responde: «Es que tú siempre rezas para pedir, en cambio yo sólo rezo para dar gracias».Desde niños nos han enseñado que dar las gracias es un signo de "educación", al grado de que la palabra ha perdido su significado para convertirse en una simple fórmula de cortesía, un vocablo demostrativo cuya única función es aclarar que nuestros padres hicieron un buen trabajo al civilizarnos. Hemos reemplazado las virtudes por los códigos, decimos "gracias" en lugar de ser agradecidos, decimos "por favor" en lugar de ser humildes.
Damos las gracias muchas veces cada día por salir del paso, por finalizar una conversación, incluso por sarcasmo, pero casi nunca por genuina gratitud, aunque la gratitud sea justamente eso: reconocer la gracia al nombrarla, es decir la dádiva, el regalo que se nos otorga.
Nuestra atención está mucho más enfocada en la carencia, en aquello que queremos y que nos falta, y por eso la vida nos parece tormentosa, una acumulación infinita de deseos insatisfechos. Apenas obtenemos algo comenzamos a necesitar otra cosa. También nos han educado para ello; "Ve por más" podría ser el eslogan de nuestra época. Querer lo que tienes está mal visto, es tachado de "conformismo" o de mediocridad, cuando en realidad es cierto que nos conformamos, pero a vivir codiciando sin descanso.
Ejercitar la gratitud se parece a ejercitar el asombro: permitir que un día aquello que nos rodea cobre un significado distinto, único. Tanto la gratitud como el asombro son el resultado de un actuar consciente en el ahora, permitir que el ahora cubra todas las carencias, que las desborde. La gratitud es, por lo tanto, una práctica espiritual y una forma de relacionarnos con el mundo que ha demostrado hacer a las personas más felices, pero no en el sentido edulcorado y eufórico al que nos quieren obligar los comerciales. La felicidad que emana de la gratitud es pacífica y discreta, no tenemos que perseguirla ni esforzarnos por conservarla porque se perpetúa cada vez que, de manera consciente, damos las gracias.