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Decía Honoré de Balzac, novelista francés, que hay dos historias: la historia oficial, embustera, que se enseña ad asum Delphini, (para uso del Delfín) y la historia secreta, en la que se encuentran las verdaderas causas de los acontecimientos.
Como estamos a punto de entrar en fechas navideñas, y para hacer un post relajado esta semana, vamos a ver dos versiones de una misma historia, que nos dejará ver, como siempre, que hay algo entre bambalinas dentro de la simbología y rituales que todos llevamos a cabo en fechas señaladas, sin saber bien que significa lo que hacemos.
Es posible que dentro de pocas semanas, en muchos hogares del planeta, se instale el árbol de navidad con los regalos debajo, y que celebremos todos unos festejos en familia y demás durante unos días de vacaciones, como hacemos cada año. Esta costumbre de poner el árbol de navidad, según la historia oficial y la tradición, es debida a que, en la antigüedad, los germanos estaban convencidos de que tanto la Tierra como los Astros pendían de un árbol gigantesco, el Divino Idrasil o Árbol del Universo, cuyas raíces estaban en el infierno y su copa, en el cielo. Estos, para celebrar el solsticio de invierno –que se da en esta época en el Hemisferio Norte-, decoraban un roble con antorchas y bailaban a su alrededor.
Según la leyenda, alrededor del año 740, San Bonifacio –el evangelizador de Alemania e Inglaterra- derribó ese roble que representaba al Dios Odín (hiperbóreos, la culturas y tradiciones ancestrales de los pueblos nativos y del origen de la humanidad) y lo reemplazó por un pino, símbolo del amor eterno de Dios (impuesto por las religión judeo-cristiana). Este árbol fue adornado con manzanas (que para los cristianos representan las tentaciones) y velas (que simbolizaban la luz del mundo y la gracia divina). Al ser una especie perenne, el pino es el símbolo de la vida eterna y además, su forma de triángulo, representa a la Santísima Trinidad, simbología de la que ya hemos hablando anteriormente en varios artículos sobre el uso del triangulo para representar las tres fuerzas de la Creación. Luego, en la Edad Media, esta costumbre se expandió en todo el viejo mundo y más tarde llegó a América.
El primer árbol de Navidad, decorado tal como lo conocemos en la actualidad, se vio en Alemania en 1605 y se utilizó para ambientar la festividad en una época de extremo frío. A partir de ese momento, comenzó su difusión: a España llegó en 1870, a Finlandia en 1800, y en el Castillo de Windsor –en Inglaterra- se vio por primera vez en 1841.
Esta historia, que forma parte del entramado de la ilusión y el decorado de lo que realmente significan las cosas, tiene su contrapartida esotérica para aquellos que se han iniciado en el significado correcto de cierta simbología presente en nuestras vidas.
¿Cual es esta otra historia del árbol de navidad? Quizás algunos ya sabéis que en los bosques de coníferas suelen crecer los hongos amanita muscaria, que viven en simbiosis con estos. Una parte de la familia de las amanitas son hongos que contienen químicos psicoactivos y tienen un largo historial de uso en Asia y el norte de Europa. En Siberia, por ejemplo, estos hongos son consumidos por los chamanes de algunas tribus para entrar en estados alterados de consciencia, para proyectarse a otros planos y dimensiones, para “ver” lo oculto del mundo, para comunicarse con otros entes y energías, etc.
Debido a esto, los regalos al pie del árbol que se colocan bajo el pino de navidad, hacen alusión a los hongos que nacen junto a sus raíces. Cada uno es una “sorpresa”, pues el chamán o la persona que los consumía, desconoce a priori a dónde le llevará el viaje que los hongos le regalan. Además, gracias a estos “regalos”, los chamanes, hombres medicina, adeptos e iniciados de todas las tradiciones ancestrales, accedían a experiencias y al despertar de la consciencia que les acercaban a la “iluminación”, siendo este el significado de las luces que adornan el árbol, que ha sido alcanzada mediante el consumo de enteógenos, en este caso los hongos, considerados sagrados y fuente de conocimiento por todos los antiguos pueblos de la tierra; usados desde hace milenios por los chamanes como medicina.
En otras palabras, el pino sirve como un distractor para los profanos, porque el verdadero “Árbol del Conocimiento”, es el hongo que crece a sus pies y que está reservado solo para los iniciados.